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Coahuila

La esencia de las cosas

Por María del Carmen Maqueo Garza

Hace 2 años

Buscar la belleza, no donde ya sabemos que se encuentra, sino tal vez donde nos dijeron que no estaba. Charles Baudelaire.

Vivimos un tiempo en que prevalece la imagen. Aparte de lo que observamos por Internet, se halla una infinidad de elementos visuales que impactan nuestro día a día. La consigna es simple y directa: “Como te ven, te tratan”.

Durante los años escolares conocimos la obra de diversos personajes que pasaron a la historia. Si acaso, junto con la narrativa de su obra, observamos alguna fotografía: Es el caso de Einstein, tal vez Freud o Marie Curie, por mencionar algunos. Del resto imaginamos su aspecto físico, pero los conocimos por lo que hicieron mientras estuvieron vivos.

En un juego de la imaginación trato de suponer de qué forma habría cambiado la percepción que tenemos de otros personajes de la historia. Digamos, quien no haya visto un busto de Sócrates, pero conozca su pensamiento, lo imaginará -–muy probablemente-alto y bien parecido, cuando lo que retratan sus contemporáneos es lo contrario. ¿Qué hubiera sucedido si de Sócrates se conociera primero su imagen y después su obra? Muy probablemente habría sido rechazado, o al menos desatendido.  Algo similar podría suceder con personajes que han llegado a nosotros por lo que aportaron a la historia en cuestión de saber.

Nos detenemos por un momento a observar las imágenes que el mercado nos presenta continuamente, desde las que hacen promoción de una crema dental hasta las que estimulan al comprador potencial a adquirir un boleto para un viaje alrededor del mundo.  Difícilmente nos detenemos a analizar que esos seres humanos que parecen perfectos presentan dos peculiaridades: Por una parte, aun cuando se contratan modelos lo más cercanos a lo ideal, la tecnología digital hace lo suyo por mejorarlos todavía más. Si tuviéramos oportunidad de comparar la fotografía original con la mejorada, apreciaríamos las diferencias. La otra peculiaridad es que esa imagen cercana a la perfección, aparte de que nos induce a comprar, nos lleva a sentirnos poca cosa. Comparados con esos modelos, nosotros y lo nuestro se quedan muy por debajo. Ahora bien, si estamos en contacto constante con esos contenidos, nuestra autoestima va decayendo, quiérase o no.

Algo similar me parece que sucede con otros aspectos de nuestra vida: La exposición a determinados materiales nos genera una distorsión de la realidad. Por poner un ejemplo tal vez hasta absurdo. Si yo me la paso viendo videos de maltrato animal, llegará un punto en el que me resulte “normal” maltratar animales vivos, así que salgo y lo hago.  Me he rodeado de una realidad virtual que me envuelve a actuar de una manera ajena al mundo real.

¡Qué necesario resulta sensibilizar a nuestros niños y adolescentes con relación a los valores que en verdad trascienden! Hacerlos ver que una cara linda o un cuerpo perfecto no son la llave de entrada al éxito, y que lo que en realidad cuenta está más allá de la piel. Que habrá que aprender a ejercitar nuestra mente para conocer a los demás de acuerdo con sus pensamientos, sus ideales, su forma de actuar. Hay infinidad de elementos capaces de borrar esa aparente belleza perfecta. El primero es la propia tecnología digital; se inactivan las herramientas que mejoraron la imagen, y ésta pierde encanto. Otros son la edad o alguna condición que altere esa belleza. Si todo el impacto que provocaba estaba dado por el aspecto, de igual manera, con la pérdida de éste, se pierde la belleza.

Hay infinidad de casos en los que la búsqueda de la belleza o de la eterna juventud lleva a grandes fracasos. Predominan en el mundo del espectáculo, pero igual los encontramos entre quienes pueden costear procedimientos estéticos que modifiquen o reviertan ciertas condiciones, en un afán de incrementar la belleza exterior. Debe ser doloroso sentir esa necesidad tan apremiante, gastar grandes sumas en procedimientos estéticos, para terminar –muchas de las veces– con una decepción.  

La inserción en un mundo tan mediático es capaz de provocar gran desazón. Hemos permitido caer en el juego de cambiar los valores tradicionales de otros tiempos, por unos modernos que apelan a la belleza, a la juventud y al hedonismo, entre muchos otros. Entramos en una carrera marcada por la mercadotecnia, en la que se van perdiendo muchos elementos que hasta hace algunos lustros funcionaban de maravilla. Nuestras abuelas a los cincuenta años han sido sustituidas por mujeres activas, ocupadas y atractivas. No digo que unas sean superiores que otras, es simplemente que la tecnología tiende a llevar la batuta de nuestra orquesta, hacia caminos que no siempre son los mejores.

La esencia de las cosas está más allá de las apariencias. No lo olvidemos.

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